Probablemente piensas que el gateo es solo la etapa previa a la caminata; sin embargo, los expertos aseguran que este es un movimiento que, junto con tonificar las extremidades de la guagua, favorece su autonomía, seguridad personal y progreso intelectual.
Contrariamente a las creencias populares que consideran el hecho de avanzar en cuatro patas como un acto espontáneo y sin mayor relevancia, el gateo es un proceso de trascendental importancia en el desarrollo motor e intelectual de los niños. En este sentido, la tendencia actual promovida por los círculos de pediatras del mundo es fomentar el desplazamiento a ras de suelo.
El gateo es una acción que permite a los más pequeños fortificar su sistema motor. “Es una de las primeras manifestaciones de control voluntario integral del cuerpo de la guagua y en donde desarrolla el equilibrio sobre sus manos y piernas. Para gatear, debe coordinar sus sentidos para así lograr un movimiento autónomo y armónico que le permita trasladarse y, a la vez, fortalecer la musculatura de los brazos, piernas, espalda y el cuello”, señala Verónica Navarrete, sicopedagoga y coordinadora de la Escuela de Sicología de la Universidad del Pacífico.
Pero además de contribuir positivamente al desarrollo fisiológico de los niños, el gateo está estrechamente relacionado con el progreso neurológico, “en la medida que se gatea se desarrollan aspectos de transmisión neurológica que permiten y consolidan esta conducta. Por ello es que se constituye como un potencial del desarrollo integral para las guaguas en una etapa en la que comienza a decidir hacia dónde quiere ir y por dónde hacerlo. Esto es muy relevante en relación a cómo tomará decisiones en el futuro. En este aspecto, la evolución sicomotora, socioemocional y neurológica se ven favorecidas por esta conducta”, precisa la especialista.
Se ha demostrado empíricamente que gatear es una maniobra que conecta los hemisferios cerebrales, creando rutas de información cruciales para la maduración de las diferentes funciones cognitivas. De esta manera, esta acción ayuda a determinar cuál de los dos hemisferios cerebrales será dominante. Asimismo, se ha comprobado que el gateo disminuye la probabilidad de sufrir enfermedades oculares como el estrabismo y promueve el futuro aprendizaje de la lectura y escritura.
¿Cuándo debo preocuparme?
En promedio los niños comienzan a gatear entre los 6 y 8 meses de edad y lo hacen hasta el primer año de vida. Si bien es cierto que estos tramos de tiempo pueden variar, las señales de alerta deben encenderse en caso de que tu hijo no manifieste ninguna intención de gatear una vez pasado los 9 meses.
Si llegas a esa instancia, debes consultar a su pediatra para que identifique si se trata de una variante normal del desarrollo, o si se está en presencia de un síntoma de alguna enfermedad como la displasia acetabular. En la primera hipótesis el doctor recomendará realizar ejercicios de estimulación temprana para ayudar a madurar el gateo. Mientras que en el segundo supuesto el especialista te derivará a un traumatólogo infantil para iniciar el tratamiento específico que corresponda.
Ayudándolo en el proceso
El gateo es un aprendizaje que, como tal, requiere de constancia, repeticiones diarias y paciencia. Para apoyar a tu hijo en esta aventura existen distintas tareas que puedes incluir en su rutina diaria:
– Acostúmbralo poco a poco a estar boca abajo para que empiece a fortalecer los músculos de sus brazos y piernas.
– Permítele desplazarse de forma autónoma. Esto requiere que le proporciones un espacio seguro para que pueda gatear sin ningún tipo de peligro. Aléjalo de enchufes y otros artefactos potencialmente riesgosos.
– Incentívalo ubicando sus juguetes favoritos a una distancia necesaria para que se deslice hasta alcanzarlos.
– Gatea a su lado. Los niños imitan a sus padres, de manera que si tu guagua te ve gatear también querrá hacerlo.