Dormir es una función vital, que requiere instaurar hábitos saludables desde que muy son muy pequeños. Por lo mismo, es fundamental cumplir una rutina diaria, para que bebés y niños desarrollen una buena higiene del sueño. Conversamos con una neuróloga infantil, quien nos detalló cómo cuidar el descanso de nuestros hijos, así como evitar los errores.
En estricto rigor, lo más difícil se sitúa entre las primeras 6 o 7 semanas de vida. Las razones por las que las guaguas duermen y despiertan en horarios impredecibles son varias, y se relacionan con el desconocimiento de la diferencia entre día y noche, la necesidad de un período de acostumbramiento y sus propios patrones de sueño.
Lo primero que debes saber es que la dificultad para dormirse, los llantos en medio de la noche o despertares frecuentes son totalmente normales en un pequeño de pocas semanas de vida. Como un recién nacido no distingue entre noche y día, distribuye uniformemente las horas de sueño, sin importar las condiciones en las que se encuentre su entorno. Con el paso del tiempo esto va evolucionando, y los primeros indicios que anuncian su mejoría se manifiestan aproximadamente a las 3 semanas de vida, junto con la aparición de una mayor alerta vespertina.
Luego, al mes y medio, comienza a producirse un aumento gradual de las horas de sueño nocturno, aproximándose a un ritmo más continuo entre los 2 y 3 meses, para luego consolidarse.
En este proceso, gran parte de las madres se preguntan si es posible facilitar y/o acelerar
esta transición. La respuesta es no, no puede ser con mayor antelación, pero sí se puede regularizar poco a poco la rutina.
Hay niños que continúan con un horario de sueño desordenado porque sus familias no les han creado una rutina clara, que se repite regularmente. Lo aconsejable es que, paulatinamente y sin forzar situaciones, vayas cumpliendo con las recomendaciones que te presentamos a continuación.
Consejos para un buen descanso
Hemos tomado el siguiente listado de indicaciones de la Guía Internacional del Sueño Infantil, firmada por el ESCI (European Sleep Care Institute).
Establece una rutina para acostar a tu bebé: un buen ejemplo a seguir es darle un baño relajante, alimentarlo por última vez en la noche, mecerlo, cantarle y leerle un cuento. Es importante mantenerla todos los días de la semana.
Considera los siguientes factores para que el descanso sea óptimo: iluminación, temperatura, ventilación y colchón.
Si vas a hacer dormir a tu hijo, nunca enciendas la luz de la pieza, porque inhibe la segregación de melatonina, retrasando el sueño.
Mantén la habitación en una temperatura que fluctúe entre los 18° y 20° C.
Evita las llamadas barreras térmicas. Hablamos de mantas u otros objetos que fatigan el sistema termorregulador y/o respiratorio del bebé, los cuales hasta los 2 años son especialmente frágiles.
Fíjate que la superficie donde duerma tu hijo sea regular, ni firme ni blanda, sin almohadas o cojines que puedan provocar cualquier tipo de asfixia.
Aquiétalo en momentos previos a modo de relajación.
Háblale despacio al niño antes de dormir, disminuyendo de a poco el volumen de la voz.
Si va a dormir de día, trata de que lo haga con luz, para que genere lo antes posible la barrera de luminosidad.
Acostúmbralo a los ruidos propios de una casa como el timbre o teléfono.
Además, debes tomar en cuenta otros aspectos, que te harán sentido y con los que podrás estar un poco más tranquila al momento de abocarte a la tarea de mejorar la calidad de sueño de tu hijo.
Por ejemplo, debes saber que, en general, la naturaleza cíclica del sueño de un menor de pocas semanas de vida dura aproximadamente entre 50 y 60 minutos, versus la de un adulto que lo hace en 90. Es por ello por lo que la migración de un ciclo a otra toma un período de acostumbramiento.
En este sentido, la leche materna contiene numerosas propiedades que harán que tu pequeño duerma más fácilmente, por lo que es excelente darle “papa” antes de acostarlo. Aquí influyen especialmente las endorfinas, sustancias opiáceas especialmente ricas en la fase final de la toma de leche. Además, el pecho también posee una función consoladora y tranquilizadora, que puede ser sustituida por otras formas de consuelo como un “tuto” o juguete regalón a medida que el niño crece.
A propósito del colecho
La técnica del colecho, que consiste en dormir junto al menor y asistirlo cuando lo necesite, es una de las costumbres más milenarias del ser humano. Pese a que hubo un tiempo en que abundaron sus detractores, como el pediatra estadounidense Richard Ferber y el español Eduardo Estivill (autor del controvertido libro “Duérmete niño”), hoy en día es una práctica otra vez frecuente entre padres e hijos.
Dentro de sus ventajas, está la tendencia a sincronizar los ciclos de sueño de la madre y la guagua, disminuir la frecuencia y duración de los llantos, facilitar la lactancia nocturna y promover un mejor sueño.
Es importante saber que el colecho debe hacerse de manera segura. La Academia Mundial de Pediatría ha especificado muchas veces que, si tu hijo va a dormir en la misma pieza tuya, debe hacerlo en una cuna aparte y no en tu cama. Ello porque cuando los padres duermen, pueden ocasionar inconscientemente accidentes por asfixia.