Uno de los temas más relevantes de la maternidad es el de la lactancia. Sus beneficios son ampliamente conocidos y, por lo mismo, puede transformarse en un verdadero estrés si no se logra vivirla con éxito. A continuación te entregamos una pauta de lo que ocurre con la oferta y demanda durante los primeros meses, para que salgas airosa de esta vertiginosa etapa.
También conocidas como crisis o brotes de crecimiento, quienes han amamantado saben que hay periodos en los que pareciese haber un desajuste entre lo que el recién nacido quiere, y lo que la madre efectivamente produce.
Esta situación puede generar 2 reacciones: la primera perjudica la lactancia, pues la mamá busca evitar los llantos a toda costa, incorporando rápidamente la leche de relleno, mientras que la segunda se basa en la libre demanda, lo que puede ser extremadamente agotador. Sin embargo, y para tranquilidad de las madres primerizas, todo se adapta. ¿Cómo? Te lo contamos a continuación.
Entre los días 17 y 20
En esta etapa ya viviste la bajada de la leche y de seguro experimentaste una lactancia exitosa, en la que tu hijo te demandó cada cierta cantidad de horas que tú ya conocías y que te permitieron organizarte. Pero, de pronto, vuelves a foja cero y el recién nacido no quiere soltarte, aumentando repentinamente el número de tomas, sin explicación aparente.
Lo cierto es que éste es un proceso natural, que se da porque el menor ya ha recuperado su peso de nacimiento y ahora necesita que aumentes la producción de leche. Este desajuste tiene a ocurrir entre los días 17 y 20, pero transcurridos 3 a 4 días muy intensos en términos de demanda, todo vuelve a la normalidad, y las tomas serán nuevamente más espaciadas.
Entre los días 42 y 49
Nuevamente se genera una crisis cuando tu hijo cumple cerca del mes y medio de vida. ¿Cómo te darás cuenta? Igual que en el caso anterior, comenzará a incrementar el número de tomas, y esta vez es probable que este cambio venga acompañado de una conducta más irritable, en donde el menor está más nervioso, llora al pecho y tensa las piernas, entre otras reacciones.
Si bien no se sabe con certeza qué produce esta situación, se cree que además de requerir mayor volumen de leche, ésta experimenta un cambio en su composición, lo que modifica su sabor, haciéndola más salada. Esta variación no será permanente, por lo que la paciencia es fundamental para afrontar con éxito el nuevo requerimiento.
Entre los días 90 y 94
El recién nacido está creciendo y junto a él lo hace su cerebro, el que está mucho más reactivo a los múltiples estímulos que enfrentan sus sentidos. Por esta razón, cuando tiene cerca de 3 meses de vida, experimenta la tercera crisis o brote de crecimiento. ¿Qué ocurre en esta oportunidad? Se distancian las tomas de leche, lo que para muchas madres es interpretado como rechazo al pecho. Al intentar insistir, el niño se aleja y se genera así un círculo vicioso que es estresante para ambos, pues además es muy probable que los senos estén mucho más blandos, produciendo la sensación de escasez láctea. Pero, ¿es esto así? La respuesta es ¡no!
El cuerpo ya sabe cuándo el niño quiere leche, por lo que solo la produce en el momento exacto de la succión. El problema es que el reflejo de eyección tarda cerca 2,2 minutos en producirse, lo que provoca un descontento en el lactante, que estaba acostumbrado a alimentarse apenas se prendía del pecho. Ahora, requiere de este tiempo previo a que baje la leche, y este proceso de adaptación también conlleva paciencia para garantizar el éxito.
¿Cómo superar estas crisis?
-. Dar pecho siempre en un ambiente tranquilo, silencioso y ojalá en penumbra, para evitar cualquier estímulo distractor.
-. No se debe forzar al menor para conseguir que mame, pues lo más probable es que se logre el efecto contrario, provocando un rechazo innecesario hacia el pecho.
-. Se debe tratar de anticipar la toma, para que comience lentamente y sin desesperación. Si el recién nacido tiene mucha hambre, su tolerancia a la espera será sin duda menor.
-. Si bien son momentos de mucha tensión, se sugiere cultivar la paciencia, puesto que es la única manera de asegurar que el menor tendrá una lactancia extendida a los meses que lo requiera.