Esta es una de las enfermedades más comunes en los recién nacidos y, pese a lo alarmante de su diagnóstico, se trata de una alteración que tratada de manera adecuada puede revertirse en el corto plazo.
Conocida también con el nombre de displasia evolutiva o del desarrollo de la cadera, es una de las anomalías más frecuentes en las guaguas. Se manifiesta en aproximadamente tres de cada 1.000 menores, siendo más común en mujeres que en hombres y se presenta, mayoritariamente, en la cadera izquierda. Esta afección consiste en el retardo del desarrollo de los elementos que conforman la articulación de las caderas: el acetábulo de la pelvis y la cabeza del fémur. En concreto, la displasia se produce en aquellos casos en los que la cabeza del fémur y la cavidad de la pelvis donde este aloja no encajan de forma correcta, provocando, en consecuencia, que el hueso superior de la pierna tienda a salirse de su radio, desacomodo que puede ser temporal o, en casos más graves, definitivo. Evidentemente, esta patología puede generar dolor, cojera y limitación en la movilidad del menor, por eso es fundamental su detección y tratamiento oportunos.
De manera preventiva, y como parte de la rutina médica, inmediatamente después del parto el neonatólogo debe proceder a realizar las maniobras de Ortolani y Barlow, a fin de detectar si el recién nacido detenta o no una irregularidad en la articulación de las caderas. La primera permite comprobar si ya hay luxación (dislocación del hueso de la cadera), mientras que la segunda sirve para verificar si hay probabilidad o no de que se pueda producir una luxación. Ambas prácticas consisten en una serie de movimientos que se efectúan con el niño tumbado boca arriba. A través de breves flexiones y aberturas de piernas se examina el estado de las caderas del bebé. Cabe precisar que la mitad de los casos de displasia se diagnostica tempranamente gracias a estas maniobras. Finalmente, para tener certeza de que el menor efectivamente sufre de este mal, es necesario realizar una radiografía de cadera o pelvis.
No obstante la evaluación preventiva, algunas guaguas nacen con las caderas aparentemente normales, pero estas no se desarrollan correctamente en el transcurso del tiempo. Por ello resulta esencial respetar las visitas a los controles pediátricos. En ese sentido, si el niño ya ha superado la barrera de los dos meses de edad, es imprescindible poner atención a los siguientes signos:
– Una pierna parece ligeramente más corta que la otra.
– La piel de un muslo presenta pliegues extras.
– Al cambiarle el pañal, es posible notar que una cadera no se abre tanto como la otra.
– El espacio entre las piernas parece más ancho de lo normal.
En cualquiera de estos casos, se debe acudir con prontitud al médico con objeto de que lleve a cabo los exámenes pertinentes.
Afortunadamente, la displasia de caderas es una anomalía que debidamente atendida tiene buen pronóstico. El tratamiento a seguir dependerá de la edad del niño y gravedad de la desviación. Así, en la eventualidad de que el recién nacido no presente luxación, bastaría con utilizar doble pañal para mantener el fémur dentro de la cavidad del hueso de la cadera. En tanto que en caso de displasia moderada a grave se sugiere iniciar un tratamiento ortopédico y/o quirúrgico. El diagnóstico precoz, idealmente antes de que la guagua comience a gatear o ponerse de pie, y el manejo del tratamiento oportuno de la displasia permiten disminuir significativamente su evolución y consecuencias.
Posibles causas
Las razones por las cuales se origina la displasia de cadera en recién nacidos no están del todo claras; sin embargo, se consideran como factores predisponentes, entre otros, los siguientes:
– Antecedentes familiares de displasia.
– Elevado peso de la guagua.
– Ser el hijo primogénito.
– Nacimiento en posición de nalgas.
– Poca cantidad de líquido amniótico.
– Hipertensión arterial materna.