El embarazo suele ser motivo de esperanza y felicidad, pero, ¿qué sucede cuando en el camino el diagnóstico de una enfermedad grave sorprende a la futura madre? La sicóloga Jessica Piña profundiza acerca de esta discordante realidad.
La llegada de un bebé es, por regla general, motivo de regocijo para toda pareja. Sin embargo, el escenario puede verse severamente perturbado a causa de un acontecimiento insospechado. En efecto, son cada vez más frecuentes los casos en los que embarazadas son diagnosticadas de algún padecimiento de cuidado, siendo el cáncer el más común. La postergación de la maternidad y un estilo de vida altamente desgastante, son algunos de los factores que influyen en este creciente fenómeno.
En este desigual contexto, la mujer experimenta una serie de sentimientos contrapuestos, pues la felicidad y los cambios físicos y emocionales se entremezclan con temores y dolores. “Un diagnóstico de enfermedad terminal, en cualquier caso, genera múltiples sensaciones y emociones en las personas, que las hacen replantearse muchas cosas y cuidarse de manera determinada. Si se está embarazada, estas se incrementan, aparecen temores e incertidumbres, lo que lleva a un grado de preocupación que puede desencadenar variadas situaciones. Desde angustia permanente, pasando por momentos depresivos y también de desconsuelo y mucho miedo, hasta la toma de medidas drásticas en la vida, como cuidados especiales, el tratamiento en sí de la enfermedad, etc. Pero en todo instante la preocupación es un factor esencial, lo que afecta no solo emocionalmente, sino que también en aspectos físicos, ya sea por la patología, el tratamiento o estados emocionales”, señala Jessica Piña, sicóloga de Clínica Vespucio.
Para sobrellevar de mejor manera un embarazo complejo desde el punto de vista de la salud de la madre, se sugiere recabar toda la información posible acerca de la enfermedad, cuáles son los tratamientos disponibles y sus efectos. Asimismo, aclarar las dudas con el médico tratante permitirá disminuir el nivel de angustia e incertidumbre. “Y si es parte de sus creencias, la persona puede agregar un trabajo espiritual y personal que estime conveniente, como yoga, reiki, u otras, que no intervengan con su tratamiento médico, pues estas terapias ayudan en la medida que son complementarias. En estos casos es importante un apoyo completo en todas las áreas que el paciente considere que necesita ayuda”, agrega la profesional.
De igual forma, la contención familiar es fundamental en el desenvolvimiento tanto de la gestación como de la enfermedad. Es básico que los miembros de la familia estén informados acerca de las características, implicancias, cuidados y tratamientos. Así la red de apoyo abarcará tanto aspectos emocionales como prácticos. Si bien es cierto que abordar un padecimiento grave no suele ser algo sencillo para el entorno, la clave para brindar un apoyo efectivo y mantener una convivencia armoniosa radica en la buena disposición. “Es fundamental escuchar, pues no siempre se debe saber qué decir o qué hacer, recordemos que la otra persona es quien padece esto y está en una posición delicada ante la vida y es ella quien requiere ser oída, aunque esto no significa que no se puedan conversar las cosas que también el otro siente. La idea es estar presente en la conversación, interactuar, decir las cosas con cuidado, sin entrar en críticas o en acciones que puedan malinterpretarse. La sinceridad, disposición, respeto por el otro y cariño de quien escucha es muy importante”, enfatiza Jessica Piña.
El tratamiento no debe esperar
El cáncer es la enfermedad grave de mayor ocurrencia durante el periodo de gestación. De acuerdo a las estadísticas, una de cada 1000 embarazadas presentará un cáncer en esa etapa, cifra que se acrecienta conforme aumenta la edad de la madre.
Frente al diagnóstico, oncólogo, obstetra y paciente deben evaluar la conveniencia o no de iniciar un tratamiento. Al respecto, los profesionales indican que lo más adecuado es emprender el procedimiento. En ese sentido, afortunadamente hoy en día existen medicamentos que pueden emplearse de forma segura durante la gestación, pero deben ser usados, idealmente, a partir del segundo trimestre, ojalá en dosis más fraccionadas que en los tratamientos convencionales.