Hace un par de días tuve que ir a un mall cerca de mi casa porque tenía que comprar dos regalos de amigo secreto. En mi andar decidido y directo al grano, me encontré con esa imagen que pensé que solo se daba en las películas: dos mujeres adultas peleando por un juguete, ¿quién había llegado primero? Fue imposible no quedarme observando, vi angustia en sus ojos y rabia. Me di media vuelta antes de saber el desenlace.
Hoy vi en las noticias una larga nota sobre la locura por los ‘duendes mágicos’, personas haciendo filas infinitas, peleando por obtener uno, y además de la inversión de tiempo en la espera en el mall, algunas personas buscan y buscan por internet alguien que los revenda, gastando más de lo que tienen y pasándolo mal en el proceso. Tanto tiempo, tanta energía, ¿es un gasto o una inversión? Entiendo las ganas que dan de regalarle a los hijos ese objeto que han pedido al Viejo Pascuero, pero veo que a veces nos perdemos. Les regalamos juguetes, objetos, esas cosas que nosotros quisimos cuando pequeños, pero no hay tiempo. No hay tiempo para jugar con ellos, no hay tiempo para solo estar, no hay tiempo para tomar desayuno juntos en las mañanas. ¿Tiene sentido, entonces, gastar el tiempo en filas en los malls y llegar reventado a casa y no tener un minuto para invertir jugando?
Me detengo en el juego porque es el lenguaje de la infancia, es el trabajo de los niños. ¡Sí! Lo pongo en términos laborales, porque quizás así es más fácil para los adultos de la sociedad en que vivimos comprender la relevancia que esta actividad tiene en la primera infancia.
Jugar tiene valor en sí mismo, siempre permite aprender, pero no solo en términos cognitivos, que pareciera ser que es lo que más nos importa porque desde los 3 años los niños comienzan a competir y a prepararse para la PSU, sino también en las áreas de las emociones, las relaciones sociales, el desarrollo motor y del pensamiento.
Por medio del juego podemos desarrollar la empatía, la creatividad y las competencias necesarias para la solución pacífica de conflictos. También es una oportunidad para aprender sobre la cultura, sobre las cosas que pasan en el mundo, y también para conocerse a sí mismo y, claro, aporta al desarrollo de vínculos.
Jugando con nuestros niños podremos conocerlos, porque en el juego ellos ponen todo su ser. Si poco a poco, en silencio y sin juzgar, observamos y escuchamos sus juegos nos daremos cuenta de que su esencia, sus preocupaciones, temores y alegrías están ahí. Jugando con ellos descubriremos esos mensajes que no siempre vemos, y si además son instancias amorosas y seguras, nos conectaremos con su mundo emocional y el vínculo se irá fortaleciendo.
La Unicef señala que el juego es una herramienta de aprendizaje que no es sustituible, y que es una oportunidad para crear vínculos con nuestros hijos. Obviamente, debe ser algo que motive, en condiciones de seguridad, pero por sobre todo debe ser respetuoso de cada niño, un juego que abra sus sentidos, y no uno que ponga en riesgo su autoestima. Con esto quiero decir que este será un aporte al desarrollo y bienestar integral en la medida de que efectivamente los adultos veamos a los pequeños y nos conectemos con ellos en esta actividad, proporcionando instancias de goce del momento, de ellos mismos y de la relación que se establece al instante de jugar.
Como es el lenguaje de los niños, el juego está siempre presente para ellos, es su conducta espontánea, por lo tanto, cada minuto puede aprovecharse. El viaje en auto, en micro, una caminata, incluso cuando hacemos las tareas (¡aunque no deberíamos hablar de tareas escolares antes de los 7 años!). Una rama encontrada en un parque puede convertirse en una varita mágica, una piedra nos puede llevar al mundo de las expediciones, ayudarlos a subirse a un columpio es una instancia de encuentro, el viaje en metro puede ser un viaje a la luna. Siempre hay oportunidades, ahora tenemos que empezar a verlas.
Jugar es mágico, eso hago todos los días en mi consulta. En ese encuentro podemos sanar, contener, liberar y aprender. Es lejos la mejor inversión, y les prometo que no necesitamos grandes objetos. Solo debemos ponernos a disposición de nuestros niños y entrar en sus mundos mágicos. No necesitamos duendes para eso. ¿Y saben? El juego no solo les hace bien a ellos, sino también a los adultos. Prueben y les aseguro que sentirán cómo el alma se llena de energía.
La locura de las compras navideñas ya ha llegado. No tendremos tiempo para jugar, pero sí para comprar juguetes, ¿y si cambiamos la ecuación? ¿Y si en lugar de hacer filas y angustiarnos por comprar un duende mágico, buscamos retazos de tela para hacer uno con nuestros niños? ¿Y si en vez de gastar el tiempo sin ellos, lo invertimos con ellos?