Los padres soñamos con hijos perfectos, que obedezcan, saluden, se despidan, agradezcan, sean bondadosos, generosos, empáticos, comunicativos y graciosos, entre muchas otras cualidades. Pero, ¿estamos siendo el modelo ejemplar que se requiere para conseguir este objetivo?
Una de las claves para una correcta educación es la coherencia entre los actos y las enseñanzas que como padres les ofrecemos a nuestros hijos. Si del “dicho al hecho” existen cambios, éstos serán percibidos por los menores, quienes tienden a imitar las acciones más que los discursos. Por ello, ¡OJO! Recuerda que cualquier incoherencia puede jugar en contra en la formación de lo que serán a futuro.
La sicóloga Infanto-Juvenil de la Pontificia Universidad Católica, Alejandra Montesinos, nos entrega una guía de los 15 errores más comunes en los que incurren a diario los padres. Revísalos, busca aquellos que te identifiquen y evítalos a futuro.
1. Enseñarles que no se debe mentir y, al mismo tiempo, pedirles que digan mentiras que no vemos como graves, como -por ejemplo- negar que estamos en casa cuando alguien con quien no queremos hablar llama por teléfono.
2. Explicarles que se deben cumplir los compromisos y no concretar las promesas que les hacemos. Incluso aquellas simples como: “Cómete la comida y podrás salir a jugar”.
3. Decirles explícitamente que todo lo que les pasa nos importa y que los ayudaremos, pero cuando nos cuentan sus problemas minimizamos sus preocupaciones e incluso las catalogamos de “tonterías de niños”.
4. Enseñarles sobre el respeto, el valor del diálogo y el autocontrol, y reaccionar violentamente frente a situaciones cotidianas como gritar mientras manejamos, o exaltarnos fácilmente ante alguna dificultad o conflicto.
5. Pensar que los niños no son capaces de comprender ciertas situaciones, por lo que no es necesario abordarlas con ellos.
6. Creer que los menores no leen ciertas emociones en nosotros y no se dan cuenta cuando estamos enojados, tristes o angustiados. Una ley de la comunicación es que es imposible “no comunicar” y los niños son excelentes lectores de señales no verbales.
7. Pensar que no les afecta lo que sucede a su alrededor porque “no se dan cuenta”, como cuando en la familia hay un conflicto o tensión.
8. Enseñarles la importancia de respetar ciertas normas de convivencia y de educación, mientras como adultos las transgredimos frecuentemente (puntualidad, deferencia, respeto hacia otros, etc.).
9. Plantearles la relevancia de escuchar a sus papás y de contarles lo que les pasa, pero al mismo tiempo tener actitudes como estar conectado al celular mientras comemos o pegados al televisor cuando llegamos a la casa, mostrándoles poca disponibilidad.
10. Pensar que toda conducta difícil o que nos incomoda es producto de una necesidad de llamar la atención o de manipulación. Esta creencia nos hace minimizar muchas de las señales que los niños envían cuando están pasando por algún problema.
11. No generar instancias para conversar temas más profundos y poco cotidianos como la sexualidad o conductas de riesgo, por creer que no les interesan o las aprenderán en el colegio. Los menores son muy curiosos y -por lo general- si no se han atrevido a preguntarlo en casa lo harán a otras personas que no siempre les proporcionarán buenas respuestas.
12. Pedirles que sean autónomos en la resolución de ciertos conflictos, pero una vez que se enfrentan a alguno que por edad y madurez sabemos que son capaces de resolver, les entregamos la solución, subestimando sus capacidades de reflexionar y sacar conclusiones valiosas de estas experiencias.
13. Mantener conversaciones de adultos frente a los niños, pues ellos podrían a su vez comentar lo que escucharon con personas ajenas a su entorno, provocando la incomodidad de quienes lo rodean y la propia.
14. Enseñarles que hablar mal del otro es incorrecto, pero emitir comentarios negativos de familiares, amigos y cercanos.
15. Deslegitimar a otras figuras de autoridad frente a los niños. Este error solo fragiliza la relación que establecerán los menores con los adultos importantes (como el otro padre, la nana, los profesores, los abuelos, etc.) que los rodean y la propia.